A partir del noveno mes, cuando el bebé ya se ha acostumbrado a la carne y al pescado, resulta apropiado que introduzcas el huevo a su dieta.
Siempre bajo supervisión de tu pediatra, primero se debe incorporar una pequeña cantidad de yema en su sopa o puré para descartar cualquier alergia. Y es que el huevo es un elemento muy interesante a nivel nutricional pero también conlleva un elevado riesgo de alergia. A partir de aquí, y si no ha habido ningún problema, podréis incorporar ya una yema entera y el huevo entero una o dos veces por semana, bien cocido para facilitar su digestión.
Pero ¿cuáles son las propiedades del huevo? Sobre todo su riqueza en proteínas de alto valor biológico, incluso mejor asimilables que las de la leche o la carne. Su grasa –casi inapreciable en la clara– resulta absolutamente necesaria para el correcto desarrollo de tu hijo y también aporta una gran cantidad de sales minerales, como calcio, fósforo, hierro, magnesio y potasio. Todo ello junto a un elevado contenido de vitamina A y de vitaminas del complejo B.
No cabe decir que lo ideal es que compres huevos frescos de gallinas que hayan estado en libertad y alimentadas de forma natural. El resultado será un huevo de alta calidad y que aportará a tu hijo la energía y nutrientes que necesita para crecer sano.